Por Santiago Giordano
Sería complicado trazar una memoria del jazz en la Argentina de los últimos cincuenta años sin tener en cuenta el nombre de Néstor Astarita. Músico inquieto, baterista y “organizador de eventos” –como él mismo se define–, en el mosaico del jazz de esta parte del mundo, Astarita podría colocarse como un puente entre las generaciones pioneras y las nuevas promociones. Entre sus inicios con los Georgians, cuando promediaban los ’50, y los últimos trabajos en trío con Pablo Raposo y Pablo Carmona, son muchos los nombres que quedan registrados: parte en una discografía extensa y variada; muchos más en su recuerdo agradecido. “Hice y hago lo que más me gusta hacer, compartiendo afectos. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?”, destaca. Gato Barbieri, Baby López Furst, Fats Fernández, Mono Villegas, Oscar Alemán, Enrico Rava, Jorge Anders, Alfredo Remus, Sergio Mihanovich, Litto Nebbia, Negro González, Dino Saluzzi, Chivo Borraro y el genial saxofonista italiano Massimo Urbani –con quien tocó en el cuarteto de Rava y grabó después en trío– son algunos de los nombres que asoman apenas comienza la charla. Enseguida se van sumando otros habitantes nocturnos de locales de entonces, como Jamaica, 676, Mogador y La Noche, o Jazz & Pop, el boliche que abrió en 1974 con Jorge González y Gustavo Alesio, “una isla habitada por músicos de jazz”, subraya.
Con cincuenta años de carrera, Astarita relativiza el concepto de músico profesional y asegura que lo único que le interesa ahora es celebrar de la mejor manera. “Acá no hay un mango, pero uno es feliz, y en definitiva la vida se trata de eso”, sentencia el baterista antes de un ensayo, mientras prepara el mate y ofrece facturas. “Métale, agárrese una antes de que vengan los otros, que son como limas”, exhorta. Para festejar sus cinco décadas de carrera, Astarita está protagonizando una serie de conciertos en el Museo Histórico Sarmiento –Juramento y Cuba–, cada viernes con una formación distinta. Pasaron ya The Georgians y Buenos Aires Jazz Fusión, entre otros, y para este viernes se anuncia el Bar Trío, con Astarita, naturalmente, en batería, Bernardo Baraj en saxos y flauta y Alfredo Remus en contrabajo.
“Armar un ciclo como este no es una casualidad ni es algo nuevo para mí –asegura Astarita–. Desde mis primeros pasos con la batería fui de organizar cosas, un poco también por una necesidad para trabajar, porque del jazz no se puede vivir. Inclusive en un momento estuve en la orquesta de CBS Columbia con Jorge López Ruiz. Grabamos con Sandro, Piero, Los Náufragos, Industria Nacional. Se trabajaba mucho. Pero un día bajé la persiana, me cansé; no me gustaba la profesión vivida desde ahí. Yo soy muy pasional y para eso el jazz es el mejor lugar que conozco. Debo ser tan pasional para tocar que cuando fui a Estados Unidos toqué en un boliche de Harlem y al terminar, mientras me dirigía a la mesa donde estaban otros músicos y el pastor blanco que nos había llevado, un negro grandote vestido a la Divito se levantó y me dijo: ‘Yeah man, take that for you!’, ofreciéndome una mina infernal, tipo Isabel Sarli, con un vestido rojo...”
–¿Y?
–Me fui al mazo.
La charla se hace torrencial y Astarita prefiere seguir por el principio. Entonces habla de The Georgians Jazz Band, el grupo de dixieland formado entre otros por Angel Sucheras, Carlos Acosta y Fats Fernández, con el que grabó el primer LP en 1959. “Con los Georgians aprendí muchísimo –rememora–, hasta poco antes de salir con ellos yo tocaba solo en casa, con dos agujas de tejer de mi vieja; el platillo era una copa que había ganado mi papá, que era boxeador. Practicaba sobre unos discos 78: ‘El jazz me entristece’ y ‘Palestina’ eran los temas. Todavía los tengo, a los discos y a las agujas de tejer de mi vieja. Yo guardo todo. Una vez abrí un boliche que se llamó Mister Jazz, que lamentablemente tuvo vida corta, y en las paredes tenía colgados todos los afiches y fotos de mi carrera”.
“Cuando comencé con la batería no había muchos lugares donde estudiar jazz –asegura–. Circulaban algunos libros americanos, pero yo no sabía inglés, y aparecían algunos escritores que se ocupaban de las bandas que comenzaban a tocar jazz. Pero en esa época existía el Bop Club, donde tocaban Pichi Mazzei, Gato Barbieri, Los Corvini (Alberto y Franco), el Chivo Borraro, es decir, la camada anterior a mi generación, a quienes puedo considerar mis maestros. Aprendí tocando con gente que tocaba más que yo, y eso fue maravilloso. A veces pienso que era Dios el que me tocaba con una varita y me decía ‘¡dale, tocá!’.”
Una vez más los recuerdos vienen del Jamaica. “Lugar clave para el jazz de entonces”, enfatiza Astarita, y agrega: “Ahí estuvieron Zoot Sims, Ella Fitzgerald, Coleman Hawkins, Kenny Dorham, los músicos de la orquesta de Lionel Hampton. Ahí tocaban también Salgán-De Lio, Astor Piazzolla. En una época tocaba con el trío de Baby López Furst, que todas las noches se completaba con el Gato (Barbieri) y Fats (Fernández), que venían a tocar, gratis, por supuesto. También tocaba con Anders, con Navarro, con todo el mundo. Actuaba ahí todas las noches. El micro de la Georgian me dejaba en la puerta de Jamaica y en unos minutos pasaba de tocar con banjo y tuba a zapar con estos tipos”.
–¿Quiénes eran los personajes más destacados de aquella época del jazz en Buenos Aires?
–El personaje mayor del jazz de Buenos Aires era Fats Fernández. De las giras que hacíamos con los Georgians salieron muchas anécdotas, como cuando le pagamos a un canillita para que se pusiera a gritar “¡diario, diario!” debajo de la ventana de su habitación. Otro personaje terrible fue Villegas. Cuando tocábamos en 676, después salíamos a tomar algo y alguna vez lo metieron en cana por gritar, porque él era así: te hablaba a un centímetro de la cara, te gritaba y te bañaba con saliva. Gato Barbieri era tartamudo, le costaba hablar, por eso nunca anunciaba los temas. Andaba siempre con un piloto tres cuatros azul, y alguna vez hasta se olvidó de ponerse los pantalones, total con el piloto cubría todo. Gato fue muy importante para mí; cuando terminábamos de tocar en Jamaica siempre me iba con él. Fue un tipo que me nutrió de mucha música. El fue quien me hizo escuchar por primera vez Kind of Blue, de Miles Davis.
–¿Qué hay además del jazz en su vida?
–Tengo una vida paralela al jazz: me enamoré del primo hermano, el tango. Hace quince años que soy bailarín de tango, voy a las milongas y me gozo todo. En las milongas conocí a tipos que bailaban cuando yo tocaba con los Georgians, así que imagínese... Yo bailo la música, no hago firuletes raros, soy de los que van al piso. De las orquestas para bailar la que me más gusta es la de Troilo del ’40, ¡qué maravilla! Pero la que me llena el alma es la de Pugliese. Me mata, es como escuchar a Miles....
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