Defensor a ultranza de su independencia, gira por España y visita por primera vez Francia e Inglaterra. Por qué cree que la crisis de las compañías discográficas internacionales puede ser una oportunidad para los músicos.
Por Iván Schuliaquer, desde París
“Avisame si querés que te pase datos, biografía, etcétera”, decía el mail del hombre que por primera vez se iba a presentar en París. El mensaje no provenía de alguien que está comenzando su carrera sino del humilde Litto Nebbia, hombre que ha marcado la música argentina desde el nacimiento del rock nacional hasta hoy. Dos días después de ese mensaje, el compositor se encontró para dialogar con Crítica de la Argentina en un café de la capital francesa, a dos cuadras del Museo del Louvre.
Pese a los más de cuarenta años de carrera, a los casi cien discos propios que grabó, a las más de mil canciones que compuso, a la cantidad de estilos en los que incursionó, el rosarino sigue empezando. En este momento, recorre distintas ciudades de España –durante dos meses y por séptimo año consecutivo– tocando en pubs o bares, con un show unipersonal centrado en su voz, una guitarra y un órgano. En esta ocasión, además, tuvo sus primeros tres recitales en Francia, uno en Ploërmel y dos en París; y en noviembre llegará a Londres, donde también se presentará por primera vez, para terminar una gira en la que sólo es acompañado por su mujer, Álex de Luca.
Nebbia sigue en el camino que eligió hace cuatro décadas, cuando se corrió de la hípermasividad. Por eso surgió el sello Melopea, desde el que el músico editó, entre otros, a algunos de los más novedosos discos de jazz y tango de la Argentina de los últimos veinte años.
El rosarino persigue una máxima de su autoría, en la que todavía se reconoce, y que dice: “Lo más lindo que te puede pasar es tocar en muchos lugares distintos”.
–Es bárbaro. Yo empecé cuando era chico tocando con mis viejos como músico ambulante, sin llevar nada eléctrico y por los pueblitos de Santa Fe. La actitud vocacional del viaje es la misma ahora, con miles de años más y experiencias. La vez pasada, un amigo mío me hacía notar que Bob Dylan toca 200 veces en el año, y ¡mirá si tocó! Yo creo en ese tipo de cosas. No hay ningún secreto. ¡La puta!, ¿cómo no te vas a sentir bien tocando? Es un laburo lindo, espiritual, y nunca vas a decir: “Uy, tengo que ir a tocar”.
–Usted eligió construir desde un lugar más pequeño, como es el sello Melopea, y ahora con la idea del recital a recital en Europa.
–Sí, y creo que sin que lo haya premeditado es más realista tocar y hacer las cosas como las hago yo. De la misma manera en que dicen que se viene un cambio total de la economía global, donde están cerrando empresas con unos nombres increíbles, te dicen que la industria discográfica va a desaparecer. Pero, ¿alguien cree que la música va a desaparecer? ¿Los chicos van a dejar de tocar música? ¡No! Van a salir a partir de una pequeña autogestión. Cuando yo empecé a hacer esto, me crucé con mucha gente que entiende que si vos autoproducís algo te dedicás a los negocios. Distribuyeron el mito de que si el músico se dedica a cuidar lo suyo ya no está inspirado, entonces lo afanan durante cincuenta años sin parar. A mí hoy no me cuesta nada armar estos recitales, porque tengo cuarenta años de carrera, y en la Argentina hacemos lo mismo por el interior: vamos mucho por Santa Fe, Córdoba, Mar del Plata, y llegás a pueblos que no sabías que existían y sin embargo parecen Nueva York.
La llegada de Nebbia a París se dio a partir del contacto con Denise Clavilier, una francesa que lleva un blog de tango (Barrio-de-tango.blogspot.com) “como si la mina fuera de Pompeya”, que se acercó a Melopea “porque vio que es el sello que más discos de tango editó en los últimos años”.
–¿Qué es lo que más le gusta de tocar solo?
–Soy un tipo muy movedizo, siempre toco de una manera irregular, improviso y todo eso. Tocando solo no tengo convención de nada y me gusta mucho, porque llevo una carpeta que tiene 200 letras de distintas épocas, voy abriendo y cada noche toco músicas distintas. Siempre toco tres o cuatro de las súper conocidas porque si no la gente se enoja. Además, el pub tiene una cosa de intimidad que no existe en un teatro, y cuando el lugar es más reventado, más bohemio, a mí me gusta más. Y en todos los lugares siempre hay muchos argentinos y el día en que pasás y tocás diez canciones de hace treinta años es una satisfacción espiritual muy grande para ellos, porque por más que les vaya bien es muy difícil vivir fuera de tu país.
Nebbia está presentando en España su nuevo disco, Soñando barcos, que salió solamente en ese país y en el que una vez más incursiona en la musicalización, junto al Cuarteto La Luz –su banda actual–, en las letras escritas por otro: en este caso, del poeta de Salamanca Juan Mari Montes.
–¿Cómo ve el rock argentino actual?
–Lo veo muy tipo la Edad de Piedra, desde el punto de vista de la música, la armonía y las letras. El rock en el mundo era una música intrépida, que fusionaba todas las culturas y que intentaba que la gente que escuchaba evolucionara con el mismo grupo. Hoy, se ha transformado más en que el encuentro entre la gente y el grupo es una especie de ritual para el fin de semana, para que el público se sienta parte de un gran protagonismo. No sé por qué tendría que ser de esa manera: todo el mundo no puede ser músico. Se buscan canciones con cosas que puedan levantar a cualquier multitud, que tienen que ver con el fútbol, con la murga o con la percusión, que ya sabemos que son excitantes, no hay que ser ningún médico cirujano para descubrirlo, pero no está dentro de lo que para mí es lo más bello del arte que es hacer algo tuyo original, personal, tratar de entregárselo a la gente. Si te llega a ir bien, es una satisfacción inconmensurable. Y la gente que te sigue va recibiendo ciertos códigos y se gesta una obra distinta. Hoy en día eso no existe, hay una búsqueda de ser famoso y llevar miles de personas y romper todo. Como si ése fuera el sentido de la vida, y me parece que no va. Y, ojo, no estoy en que todo tiempo pasado fue mejor. Escucho música buenísima de todo el mundo, pero no es la que se marca como rock argentino. Uno hace zapping y, sin audio, ve conjuntos que están de pelo largo, aros, y cuando subís el volumen tocan una especie de cumbia. Cuando nosotros empezamos te cagabas de risa si un tipo hacía eso. Algo pasó en lo social y en lo político: si el objetivo de los grandes medios de esta sociedad a nivel mundial es que vos seas un consumidor y no un tipo que piensa más, está bien esa música porque te deja empaquetado y formateado.
–¿Hay posibilidad de que surja algo ante la represión que impone ese mercado?
–Yo creo que esto tiene que ver nada más que con el dinero. Existe el tema de la mosca. Es lo único. El dinero es como un club; el tipo al que lo único que le importa es la guita si vos hacés una música con la que no va a ganar dinero no quiere que la hagas. Es tan simple y tan directo como eso. Por eso, quiero decir que la autoproducción significa hacer sin la ayuda de esas estructuras, que al final son un impedimento, hacer otra cosa. Vos no estás compitiendo para ser el número uno ni para ser como Madonna. Vos tenés una banda y querés tener tu disco porque si no te movés en la autogestión esa cosa tan grande te va a decir: “No, eso no se puede hacer”.
–O sea que para usted que las empresas discográficas grandes quiebren es una buena noticia hacia la autogestión.
–¡Desde ya! No te olvides que el músico, la banda, que quiere tener esa inmediatez de llegar y llenar un lugar grande de gente, por más que crea que está transgrediendo la Tierra, tiene que transar una cantidad de cosas que le da transitoriamente su socio, y su socio es una de esas empresas. Ahora, el primer día que dejen de vender un disco, le dan una patada en el orto que no te puedo explicar. A mí no me parece mal. Yo sin querer comencé con eso. Imaginate que nosotros empezamos con RCA y vendíamos millones de discos. Si me quedaba todo el tiempo estaba bien porque ganábamos mucho, pero siempre iba a tener que responder a la misma cosa porque mi patrón me iba a decir: “Ahora que hiciste canciones más difíciles ya no vendés como antes, ya no me gustás”. Eso es lo que ha ocurrido en todos lados. Lo podés ver con el jazz, con la música de fusión. A Frank Zappa le decían que no lo querían porque ABBA vendía más. ¿Escuchaste alguna vez ABBA? ¡Es una cosa increíble!
Construiré una balsa y me iré a naufragar por los canales del Sena en París
Faltaban aún 45 minutos para que comenzara el tercero y último recital de Litto Nebbia en Francia, y el cantante estaba en la cubierta del Péniche Demoiselle, el barco-pub estacionado en los canales de París en el que el músico desplegó una parte de su repertorio durante más de dos horas, aprovechando la última noche cálida de fin de semana del verano parisino, charlando con los espectadores que se le acercaban y lo saludaban.
Cuando todo el público ya estaba sentado a las mesas que rodeaban el escenario tomando cerveza y/o comiendo empanadas, Nebbia reapareció y se dirigió al escenario. Sin decir palabra, arrancó con “Un poco de vida” y siguió con “No importa la razón”. Luego contó, como lo hizo durante todo el recital, cómo se llamaba cada tema, en qué año lo había grabado y a qué parte de su carrera correspondía. En ningún momento intentó alguna palabra en francés: nadie se lo pidió tampoco, el auditorio era casi en su totalidad argentino.
“Es la primera vez que toco en París, y es la primera vez que toco en un barco”, dijo Nebbia, que, basado en su voz intacta al paso del tiempo, se arregló en un unipersonal que estuvo atravesado, desde Los Gatos hasta hoy, por algunos temas nuevos, algunos poco conocidos y varios de sus clásicos. Entre ellos, “Viento, dile a la lluvia” que fue acompañada a coro y festejada por el público.
El músico intercaló sonidos más eléctricos en el órgano con sintetizador con versiones más crudas y claras de sus canciones cuando se colgó la guitarra electroacústica. Nebbia sacó provecho del ambiente, fue cálido y chistoso, siempre con la copa de vino tinto a mano. “Todos saben que el rosarino es el mejor amigo del hombre”, dijo Nebbia antes de presentar a Gonzalo Aloras, coterráneo suyo de potente voz y carrera solista ascendente, que presentó dos de sus temas en el escenario.
Nebbia siguió con su repertorio, y a las 22.30 –el recital había comenzado 20.45– anunció que empezaba la larga retirada. Fueron más de veinte minutos en los que el músico desplegó una combinación explosiva de emotividad que arrancó lágrimas a muchos de los espectadores. Empezó con “Sólo se trata de vivir”, la canción que Nebbia escribió en su exilio mexicano sobre esa situación, siguió con “La balsa”, alimentando el microclima argentino que se había armado en el barco-pub, y se despidió con “Quien quiera oír que oiga”. El músico ya había hecho los bises, pero el público pedía más. Nebbia recordó las costumbres francesas y, pese a que después se quedó dialogando con el público, aclaró: “Me voy porque cierran todo: el parking, los restoranes y el hotel”.
“¿A quién puede joder mi sello?”
“La formación –dice Nebbia– en los 60 incluía todo este estallido de nueva cultura: los Beatles, los Rolling Stones, Jimi Hendrix, el neorrealismo italiano, el Mayo Francés, el nuevo periodismo norteamericano, la poesía beatnik. En ese momento no había compartimentos tan estancos: hoy un chico sabe de la PlayStation pero no sabe quién es James Dean. ¿Voy a andar con la PlayStation yo? (risas). En este caos genético en que vivimos, donde todo el mundo cree que el sentido de la felicidad es la guita, a veces vamos a pueblos pequeños de la Argentina donde encontramos una cantidad de tipos jóvenes y divinos que parecen de esta época anterior. Hay un montón de gente que no sigue la cosa completamente masiva y comercial, que no quiere ver eso ni escuchar eso. Es una minoría que está disgregada por todo el país. Ahí tenés que llegar vos. Cuando se me ocurrió tener un sello independiente fui muy conciente de que, por la manera en que se maneja el business en el país, me estaba apartando de un medio que me iba a tratar de ignorar, porque lo iba a vivir como una agresión. Esta gente que tiene tantas cosas, tan monopólica, es tan imbécil que cree que si te hacés un sello independiente es para sacarles la plata a ellos. Tienen temor de que alguien les saque sus millones. ¿A quién puedo joder con el sello que hice? Soy rico: hago lo que yo quiero y produzco cosas que me gustan. Tenemos 610 álbumes en veinte años, una muestra de que las cosas se pueden hacer."
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