El pueblo de Davenport (lowa) no sufrió alteraciones visibles el 10 de marzo de 1903, cuando nació Leon Bix Beiderbecke. Su padre, un barraquero, se llamaba Bismarck Hermann, y al nacer su segundo hijo decidió apocopar definitivamente el ario nombre. Su madre tenía veleidades musicales heredadas de un abuelo, que fue director de la filarmónica local. Las hazañas de Bix comenzaron temprano: a los tres años tocaba la Segunda Rapsodia Húngara de Liszt, de oído, y los profesores se cohibían ante una criatura que asimilaba con rapidez increíble cualquier enseñanza. Y por miedo, o, mejor, por ignorancia de sus profesores, nunca aprendió a leer correctamente una notación musical. Cada movimiento que hacía, agregaba evidencias a su ecuación wertheriana: deseos menos posibilidades. Aprendió a tocar la corneta según un método sui generis, apoyando sus dedos sobre las tres válvulas de manera artificial, antiortodoxa. Esta limitación no complicó sus habilidades innatas; Frankie Trumbauer, su más comprensivo compañero, afirmó: Bix tocaba más en tres notas que todo el mundo en un coro entero. Después llegaron a Davenport los discos de la Original Dixieland Jazz Band, y el muchacho, invariablemente reconcentrado, bajaba desde su dormitorio al comedor familiar, en pijama, le daba impulso a la victrola y escuchaba interminables veces el Tiger Rag. Su destreza era tal que no sólo asimiló a Nick La Rocca, el cornetista del grupo, sino que también seguía los solos del clarinetista Larry Shields. También vio pasar los 'riverboats' en los que trabajaban King Oliver, Louis Armstrong y otros jóvenes negros de talento. Bix cosechaba elementos, registraba experiencias, se hacía echar de los liceos, comenzaba a emborracharse, a no encajar en el molde. La insistencia por ser alguien, por entreverarse con otros músicos, sin preocuparle sus cualidades, lo llevó a gestar en 1923 el conjunto The Wolverines, el primer equipo blanco de importancia en la historia del jazz, con personal no nacido en New Orleans. Así grabaron una serie de discos en un galpón que arrendaba la compañía Gennett en Richmond (Indiana), desubicado junto a una vía de ferrocarril. Cuando pasaba el tren, debían suspender la grabación. Las evidencias allí registradas (Big Boy, Sensation) muestran la tesitura del ya maduro joven de 20 años, quien empleaba recursos extraños para los que le rodeaban, pero de una calidad tal que todo el mundo quedaba hechizado. Esos discos, además, ofrecen un panorama cruel: Bix sólo piensa en su música, el resto aparenta tener dificultades con el pentagrama. Poseía virtudes humanas, además: una noche, en Chicago, escuchando a Bessie Smith cantar blues, se desató y le tiró todo su sueldo, pues necesitaba seguir escuchando su extraordinaria voz. Tanta afectividad tuvo por fin un elemento catalizador en Frankie Trumbauer, un músico culto y un saxofonista con una barra de hielo en la cabeza, capaz de interpretar y seguir a Bix en su instrumento como ninguno de los trompetistas. En solos (Hoosier Sweetheart) como en contrapuntos improvisados (Borneo, Just an Hour of Love), Trumbauer parecía la continuación de Bix en el saxo. Esta relación, que comenzó en setiembre de 1925, sirvió para que, llevado de la mano de Tram, que se tomó tiempo para enseñarle a leer música e hizo lo que pudo, Beiderbecke pudiera relacionarse con orquestas de importancia comercial. Jean Goldkette, un aficionado de origen francés, mantenía varias orquestas y otorgó a Trumbauer una de ellas. Para aceptar, exigió la inclusión de Beiderbecke. Ya hubo arregladores, como Bill Challis, que escribieron para lucimiento del cornetista, y un testimonio es Clementine. Pero Goldkette no era un filántropo, y grababa cualquier cosa, incluso uno de los primeros jingles, In My Merry Oldsmobile, del que se conservan dos matrices y que los coleccionistas de Beiderbecke —que son legión en el mundo y acumulan parecidas manías— atesoran, aunque prácticamente no se lo escucha. Para equilibrar las cosas, pudo hacer escapadas nocturnas, y con grupos no mayores de siete instrumentistas registró, entre otras, cuatro maravillas: Singin' the Blues, Sorry, Jazz me Blues y I'm Coming, Virginia. Su bohemia era en serio. La corneta la guardaba dentro de un diario o de una bolsita de papel; en una oportunidad en que viajaba con Pee Wee Russell en un bote por un lago, los dos se cayeron al agua, uniformados, y fueron a tocar hechos una sopa. De una cosa estaba seguro: su destreza en el instrumento podía disimular la peor de las torpezas. En setiembre de 1927, posiblemente el mes en que grabó sus mejores discos, Beiderbecke entró aterrorizado a la monstruosa organización de Paul Whiteman. Como se sentía atraído por Stravinsky, Debussy y el norteamericano Eastwood Lane, entendió que ése era un salto positivo dentro de sus aspiraciones. Pero Whiteman, que experimentaba cariño por Bix, no tenía por qué desprenderse de su título de "Rey del Jazz"; y, por supuesto, su orquesta (que jamás hizo lo que la propaganda le adjudicó) le brindó al cornetista muy poco. Algunos discos de Beiderbecke con Whiteman son realmente geniales. El peso del mamotreto no le afecta. Un mal pensado dijo una vez que Bix era un artista que se casó con una mujer rica y que coexistía con ella emborrachándose. El delirio de Whiteman en Sweet Sue o Dardanella es escalofriante y Bix capea los temporales con lirismo merecedor de otro ámbito. Aunque no fue a hacer dinero con Whiteman, lo mismo grabó una enormidad de discos donde, al máximo, se le escucha una corchea o dos. Y ésa era su desesperación, y el estímulo de sus coleccionistas. Los twenties venían en picada y él se puso a tono: en noviembre de 1928 fue internado en un hospital de Dwight (Illinois), pero Whiteman le pagó el sueldo como si trabajase y dejó, en homenaje, una silla vacía. Cuando volvió a la orquesta, meses más tarde, sobrevinieron otros problemas, pues las partituras eran más complicadas y, como tocaba de memoria, debía concentrarse con un material del que se desligaba cada vez más, como ausente. Pero su estado de salud no era para que se siguiera deleitando con alcoholes de dudoso origen, y sus recaídas fueron cada vez más abundantes. Se separó de Whiteman, grabó otros discos en compañías ilustres, pero con arreglos espantosos, y su voz no pudo (no podía) ser la de antes. Beiderbecke se concentró entonces en el piano (grabó su pieza In a Mist) y dicen que hasta tuvo un amor. En todo caso, lo suficiente como para que una novelista, o algo así, de nombre Dorothy Baker, hiciera un engendro llamado 'Young Man with a Horn', que Hollywood transcribió en su mejor estilo, con Kirk Douglas en el papel de Bix y Harry James en la atroz banda de sonido. Otra de las leyendas, que parecería ser cierta, es la que le atribuye a Bix la causa inmediata de su muerte. Hacia fines de julio de 1931, un grupo de estudiantes de Princeton deseaban que Beiderbecke concurriese a un baile, con su corneta. Se alegaron problemas de salud; no se arredraron: No Bix, no dance. Lo pasearon en una voiturette descubierta, como si fuera una reliquia procesional. Contrajo un resfrío, nada más que un resfrío, y a los pocos días, el 6 de agosto, falleció de una neumonía. Lo llevaron de nuevo a Davenport, y uno de sus imitadores más conspicuos, Andy Secrest, que lo había sustituido en la orquesta de Whiteman, tocó a cappella, en el entierro, Davenport Blues, una de sus primeras composiciones. Su hermano, que con el tiempo se transformó en director del cementerio, muestra a los peregrinos la tumba de Leon Bix Beiderbecke. PRIMERA PLANA 12 de marzo de 1968
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