Festival homenaje a Beto Satragni en el teatro IFT
El recuerdo se tradujo en canciones
Una veintena de músicos de distintas vertientes se reunieron para hacer “Un candombe para el Beto”, a poco más de quince días de la muerte del bajista. León Gieco, Luis Alberto Spinetta, Víctor Heredia y Litto Nebbia, entre otros, le rindieron tributo.
Por Cristian Vitale
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Equidistante entre la magia y el respeto, Dino Saluzzi ajusta las clavijas del bandoneón y dirige la mirada al techo: “Gracias, Beto; gracias, papá”, balbucea y se detiene. El silencio tiene el mismo efecto que el de su fueye cada vez que frena la marcha: hechizante. Sus dos piezas, detrás, son un cielo de sonidos. Cinco artistas después, apenas consumada la enorme ofrenda de León Gieco y Luis Gurevich (la muy pocas veces tocada “Como un tren”), Luis Alberto Spinetta también queda sin palabras ante el shock emotivo: “Beto, donde estés, mi corazón siempre te alienta, te amo y, bueno... todo lo demás”, susurra el Flaco solo ante una guitarra. Ninguna referencia más. Sigue un guiño a León (“La guitarra”, poesía musicalizada por el rosquinense que el Flaco grabó en el disco tributo a Gieco) y una matriz de gemas (tres), que le sumó atajos de dulzura a la dura aceptación de una muerte: 1) “Todos estos años de gente”, 2) “Preciosa dama azul” –sí, la bellísima perla de Fuego Gris, tan pocas veces reproducida en vivo dedicada, también, al reciente fallecimiento de la mujer de Machi Rufino– y 3) “Laura va”. “‘Muchacha’, Flaco”, gritó una mujer desde la platea. “‘¡Pedí papas fritas!’. Ja, qué grande Capusotto”, fue la respuesta automática del autor.
No fue una estética común lo que los unió. No fue, pese al afiche promocional del homenaje (Un candombe para el Beto), la ejecución de un estricto repertorio confinado a las entrañas del Río de la Plata. Fue la música y, sobre todo, un músico. La calidad y calidez del Beto Satragni, el uruguayo de Canelones, el bajista y fundador de Raíces, muerto el 19 de septiembre con apenas 55 años. Fue él y su hacer bohemio, humilde, relajado, el que primó para que, bajo la acción de ese noble motor de hacer llamado Rodolfo García, una veintena de músicos de distintas vertientes se reunieran bajo un techo (el del Teatro IFT) sólo por estar. Por cantarle algo al Beto. Por hacer de la música una noche inolvidable más. Por darle una mano a la familia, a la sangre que quedó.
Referencias musicales directas pocas, entonces. La de Kevin Johansen, tal vez, cuando se enteró de que a Satragni le encantaba Eduardo Mateo y le ofrendó una muy personal versión de “El Tugue le”, que Pedro Aznar tornó casi propia cuando la visitó. La de Raúl Carnota, al defender una perla desconocida –mitad candombe, mitad bossa– compuesta por ambos para el disco Empalme (1994); y la de Raíces –todos los que están, menos Andrés Calamaro– que resignificó algunos clásicos tal como había ocurrido con su mentor en vivo –en el mismo lugar– tras la edición del último disco, en marzo del 2009. Después, señales elípticas, indirectas: la de Litto Nebbia poniendo en acto una de las canciones más bellas de su planeta –“El otro cambio, los que se fueron”– que el ex Gatos había sumado al último disco de Raíces, o Antonio Birabent, que abrió el fuego de la noche con una versión de su padre, que el bajista había rehecho a su manera: “Muchacho del taller y la oficina”. El resto fue música a secas. Cada quien aportando sus canciones sin dejarse arrastrar por timón estilístico alguno: Hilda Lizarazu, en su vena hippie-folk-melancólica, manoteando un tema de Man Ray (“Al final”). Fontova festivo y fugaz. Víctor Heredia con su banda casi completa más la presencia de García en batería para recrear “Sobreviviendo” y “Todavía cantamos”. Fabiana Cantilo, sola en su guitarra, bajo el mandato de “Mago en prosa”. Claudia Puyó, visceral, recreando “Salvaje corazón” con toda su aura Janis.
Algo de gente –no mucha pero suficiente–; varios músicos –muchos y suficientes– y un puñado de canciones conmovedoras en sus colores diversos, ubicó una sensación en eje: la visibilidad absoluta –humana y musical– de un tipo que, ciertas veces y por diversas razones, había pasado invisible por la vía absurda de la escena. La justicia tarda, parece sucumbir, pero siempre llega... es el mejor tributo.
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