jueves, 16 de julio de 2009

EL LEGADO DE ORTIZ ODERIGO



Cuando en mi infancia venía a visitarlo, siempre lo encontraba sentado delante de su máquina de escribir. En esas horas de trabajo, el pelo habitualmente engominado se le caía a un lado y otro "como cachos de banana", según su propia expresión. Me recibía encantado: no tenía hijos y yo era la única sobrina que se fascinaba con su impresionante colección de estatuillas, máscaras y tambores africanos; la única que accedía a prestarle atención cuando ponía en el tocadiscos, riéndose de gusto, una valiosa grabación de alguno de los primeros músicos de jazz.
Néstor Ortiz Oderigo, hermano de mi madre, había comenzado a entusiasmarse con la música de los negros norteamericanos a los catorce años. Desde entonces, acumulaba esos discos inhallables a los que, antes de guardarlos, limpiaba tiernamente con la manga. El amor por el jazz lo había conducido a interesarse en la cultura negra de toda América latina, en particular del Río de la Plata.
La obra publicada de mi prolífico tío, cuya voz se escuchó durante muchos años por Radio Nacional precedida por un electrizante resonar de tambores, suma algo más de veinte libros: Macumba, Calunga, Aspectos de la cultura africana en el Río de la Plata, Estética del jazz, Historia del Jazz, Perfiles del jazz. Y después, un día, Ortiz Oderigo advirtió que la Argentina se había convertido en un país hostil para la cultura.
No encontrar editor estuvo lejos de impedirle seguir escribiendo: la imagen del hombre siempre delgado y de elegante bigotito, envuelto en un permanente fragor de máquina de escribir, fue la primera que recuerde de él y también la última. Trabajó hasta el final. Murió en 1996. Su viuda donó la inmensa colección de libros sobre temas antropológicos, discos, tallas y tambores al Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. Yo sabía que la obra inédita de Ortiz Oderigo permanecía apilada en varios estantes de la biblioteca de su casa, pero nunca me había dedicado a revisar los títulos.
Y de pronto, me encuentro elevada al rango de heredera. A la muerte de la viuda, me entero de que mi tío, sin duda recordando a la nena que subía a visitarlo y le escuchaba las "latas sobre negros", me había legado su departamento, aún repleto de libros y de cuadros con morenos danzarines. Es un departamento típico de un intelectual de los años cuarenta, atestado de libros viejos y de bibliotecas de madera oscura, con puertas de vidrios sostenidos por maderitas cruzadas. Sacadas de sus estantes, las prolijas carpetas que contienen la veintena de libros terminados, listos para la publicación con índice numerado incluido (entre ellos, un voluminoso diccionario de palabras rioplatenses de origen africano), y las recopilaciones de artículos, publicados o no, llenan cuatro grandes cajas sobre las que me inclino entre dolida, admirativa y perpleja. No es necesario extenderse sobre esos sentimientos: la ingratitud de un país que deja morir a sus intelectuales en semejante soledad nos exime de comentarios.
Pero la historia no concluye de manera tan triste. De pronto suena el teléfono. Es Dina Picotti, profesora de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, cuyo programa de Posgrado en Diversidad Cultural se desarrolla en el Centro Cultural Borges, con la dirección de Daniel Feierstein y Hamurabi Noufouri. Se ha enterado de que estoy en posesión de un tesoro y solicita verlo.
La visita de la profesora tiene algo de irreal. Mientras revuelve con mano nerviosa las cajas polvorientas, me explica que la maestría en estudios afroamericanos se creó por su iniciativa, hace no más de un año. En el área básica de esos estudios ya existían la sociología de los procesos de segregación y exclusión o la introducción a los mestizajes culturales y movimientos migratorios y, en el área de especialización, los estudios judaicos y judeoamericanos, los arábicos, americanoárabes e islámicos y los indoamericanos. Un proyecto sobre estudios gitanos está en el tintero; pero el sector de estudios afroamericanos ya ha sido inaugurado oficialmente con la presencia del embajador de Sudáfrica y la colaboración de los centros africanos del país. En abril del año próximo tendrán lugar tres seminarios con profesores argentinos y del mundo entero, como Jean-Pierre Tardieu, de la Université de la Réunion; Daniel Mutombo, de Kinshasa, o Hurbon Laënec, de Haití, un sacerdote católico especialista en vudú.
Ella se asombra, por su lado, al observar que cada carpeta amarillenta lleva el título escrito en una etiqueta y corresponde a una obra acabada (algunos de cuyos títulos son Esquema de la música afroargentina, Poesía afroamericana y afroargentina, Ensayos afrobrasileños o ese Etnias, humanismo y culturas que, fechado en 1995, parece ser el último de esta apabullante serie de trabajos apasionados). Y yo me asombro, por mi lado: ¿qué le ha pasado a la Argentina para que, repentinamente, la diversidad cultural pase a convertirse en un tema no ocultado ni rechazado, sino digno de análisis?
Con la cabeza metida dentro de una caja, Dina Picotti me responde que, en efecto, el mestizaje cultural no forma parte de la estructura curricular de las universidades nacionales. Por eso mismo era hora de llevarlo al primer plano, en un momento en que los movimientos migratorios que han aportado y aportan su riqueza generan como contrapartida, en el mundo entero, la "negativización o demonización del semejante".
Así pues, lo que intentan lograr estos seminarios no sólo tendrá valor en el terreno académico, sino que se tratará de forjar a especialistas capaces de dialogar con la diferencia. A contrapelo de los estudios etnográficos y antropológicos clásicos, este programa propone "un conocimiento que parte de la voz del otro y no de su cosificación como objeto de estudio". "Exactamente -concluye la profesora, tosiendo por el polvillo que se alza de las carpetas-, el punto de vista que ha sostenido siempre su tío."
El siguiente paso consistirá en entrevistar a Aníbal Jozami, rector de esa universidad que funciona parcialmente en Caseros, El Palomar y las Galerías Pacífico. Calle Florida, oficina flamante, apretón de manos enérgico y decidido, aspecto eficaz. "Nuestro museo, el Muntref, es un polo cultural sin precedente en una vasta región del conurbano bonaerense, injustamente postergada -manifiesta Jozami-. Con respecto a la editorial Eduntref, donde publicaremos, para empezar, unos cuatro libros de Ortiz Oderigo (lo demás pensamos digitalizarlo para que se convierta en material de consulta disponible en el Centro Borges), no necesito explicarle nada: aquí tiene el catálogo." Me alarga un folleto de un azul intenso, impreso en papel brillante, donde se ven las tapas de unos cincuenta ensayos sobre temas sociales o artísticos y los nombres de una pléyade de intelectuales prestigiosos, llama por teléfono al abogado que se encargará del contrato de cesión y usufructo de la obra inédita del desaparecido etnomusicólogo, y me despide con una efusividad que aumenta, por contraste, la ya citada perplejidad.
De regreso en el departamento donde mi tío tecleó sin esperanzas, pero sin desfallecimientos, durante no menos de dos décadas, el abismo entre aquellas viejas ediciones de papel originariamente opaco, a las que el tiempo ha restado todavía más brillo, y el catálogo azul, me produce vértigo. Ahora, me digo, esas carpetas marfileñas irán a convertirse en volúmenes relucientes; su contenido podrá leerse en no menos refulgentes computadoras; y los estudiantes, los estudiosos, podrán acceder a él sin accesos de tos. La justicia llega. Tarde, pero llega.
Pero no sólo en relación con el animoso escritor, al que el esfuerzo de teclear le separaba el pelo en guedejas engominadas, sino, por sobre todo, en relación con su tema: los negros de América. El que la Argentina se haya decidido por fin a considerar el aporte africano como un factor decisivo para su cultura merece la copita de vino con que festejo solitariamente este pequeño triunfo, alzándola en dirección al retrato del escritor y bajándola hasta rozar las cajas repletas.
Nuestro país ha tenido la suerte de ser mestizo. Eso le permitirá, si vuelve consciente este dato hasta el extremo de que le produzca orgullo, sentirse precursor en un mundo de agresiones racistas y repliegues comunitarios basados en el temor al inevitable mestizaje. Como me dijo Dina Picotti, "no todos los negros murieron en las guerras de liberación ni durante las epidemias de cólera y de fiebre amarilla de fines del siglo pasado". Muchos siguen ahí, inmersos en la sangre de los variados morochos que componen al ser humano argentino.
Durante demasiado tiempo nos hemos apresurado a afirmar que entre nosotros no quedaban ni indios ni negros. La evidencia de que quedaron, pero mezclados, salta a la vista del que honestamente quiera verlo. Sin embargo, eso nunca ha impedido la negación. Hoy ya son numerosos los que admiten, con Ortiz Oderigo entre otros, que la palabra "tango" proviene de shangó, y que la música rioplatense se originó en un ritmo de tambores, pero pocos los que se miran al espejo tratando de descifrar al antepasado que asoma en esos rizos caprichosos o en esa piel canela.
Sobre la biblioteca reina aún la última estatuilla africana. No sé de dónde viene ni qué representa. Tiene una especie de tiara papal, unas orejas en semicírculo que prolongan el arco de las cejas y un perfil agudo, como si la nariz, muy fina, cortara el rostro al medio. Su aire benévolo se ve reforzado por la actitud de los brazos, unidos en un gesto también papal. Pero ¿son brazos o son senos, largos y angostos, tal como lo parecerían vistos de lado? En todo caso la talla, de acabado perfecto e inaudita suavidad, expresa una serenidad femenina, una humildad religiosa que, sea cual fuere su sexo, la convierten en madre. El brindis solitario también fue para ella: esa presencia negra y materna a la que, durante años y años, una máquina de escribir atronadora sin duda hizo vibrar.

Un pequeño triunfo negro
Por Alicia Dujovne Ortiz
Para LA NACION
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Sábado 3 de setiembre de 2005


http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=735432

COLECCIÓN NESTOR ORTIZ ODERIGO
Perteneció al Prof. Néstor Ortiz Oderigo. A su muerte, ocurrida en 1996, fue donada a este Instituto.
Está dedicada al estudio de la cultura negra de toda América Latina, en particular del Río de la Plata. Reúne libros y artículos de publicaciones periódicas sobre aspectos de la cultura africana en el Río de la Plata, historia y estética del jazz, esclavitud, relatos de viajeros y otros temas: cultura, arte, filosofía, política, literatura, historia y sociología. Contiene 2638 obras.

http://www.biblioteca.inapl.gov.ar/index.php/coleccion/44-coleccion-fernando-ortiz-oderigo/48-coleccion-nestor-ortiz-oderigo





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