martes, 7 de julio de 2009

SANTIAGO LUZ




PROHIBIDO PARA NOSTALGICOS

"El negro del clarinete"


por LUIS GRENE
Inundó de swing al viejo Montevideo. Bohemio que cruzó la noche de la ciudad que tanto amó. Santiago Luz y su clarinete, una de las leyendas urbanas de la Vieja Capital. La memoria, aunque medio achicharrada, entona bajito el clásico de Benny Goodman "Tengo ritmo". Y comienzan sus versos sincopados sobre aquel negrazo que fue su amigo. Santiago había comenzado en el carnaval de antaño con los Jardineros de Harlem. Brillaba en los tablados por su vivacidad. Pero su metejón era el jazz y no paró hasta tener su mítico trío musical con el que sacudió los barrios de ayer. Vecino de la Unión, las calles y boliches lo reconocían por su ronca voz charlando picardías. Su relampagueante popularidad fue por fines de los 50 y con altibajos llegó hasta principios de los 70. Tuvo su punto culminante en aquella actuación en el Estudio Auditorio, unos días antes del incendio que destruyó al emblemático edificio. El gran mérito de Santiago Luz fue el popularizar al género jazzístico en ambientes marcados por el tango. Encandiló a todos en los bailongos donde la musa arrabalera pisaba fuerte y compadrona. De a poco, ingresó en las alas de baile hasta ser una presencia habitual y muy querida. Su pequeña figura, un viejo smoking y la barbita de mota blanquecina fueron populares por la mitad del viejo siglo. Los bailarines que un rato antes se habían trenzado en los tangos de las típicas, de a poquito, se fueron liberando de prejuicios. Aprendieron a danzar, bailar y saltar con el negro del clarinete. Acompañado por el enorme contrabajo y la estruendosa batería, Santiago contorneaba suavemente su cuerpo y en éxtasis con los ojos muy cerrados. Suenan en el laberinto de la memoria los acordes de "Saint Louis Blues, "Moritat" y la genial versión de "Cuando los santos vienen marchando". Lo estamos viendo y escuchando en la Granja Dominga, de Manga, entre las mesas repletas de gente que festejaba un fin de año de aquellos. Su entusiasmo era tan grande que no paraba de tocar. Le hacíamos señas que la otra orquesta estaba esperando y él ¡minga de bolilla!. Al final, no quedó opción y le desconectamos las luces y el micrófono. Pero aún así, en penumbras, ante la algarabía del público, siguió y siguió con su música. Así era Santiago, una pasión sin límites por lo que llevaba en la sangre. Entraba en los bailes siempre acompañado de aquella hermosa mujer rubia y, al instante, aparecía en su mano su otra eterna compañía, un vaso de semillón vino tinto. Lo consumió la bohemia y nunca prestó atención a las oportunidades que la vida puso a su alcance. Como aquella noche en el cabaret Embassy donde fue escuchado por el maestro del jazz Cab Calloway que estaba de gira por Sudamérica. Le ofreció que tocara en su famosa orquesta y lo acompañase a los EEUU. Prefirió quedarse con sus amigos y dijo que no. Seguía siendo el muchacho humilde que una vez había llegado de Tacuarembó y por la Villa de la Unión hizo su barra de amigos. El querido Santiago que en el bar Hércules, de 8 de Octubre y Comercio, mientras levantaba su copa decía que el tango y el jazz había nacido de los negros y pardos. Como escribió Cortázar sobre Charlie Parker, fue una explosión de música. Y verlo con su clarinete, parecía que estaba haciendo el amor cuando lo tocaba. Dedicamos estas líneas al compañero Forlán Lamarque que aunque ya no esté, igual sigue estando. Con más recuerdos y música los esperamos, todos los sábados a las 19 horas, en la 1410 AM LIBRE. *


http://www.larepublica.com.uy/comunidad/155757-el-negro-del-clarinete

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